En septiembre del año pasado, el presidente de la Junta Central Electoral lanzó un SOS al colectivo político nacional, al Congreso, sobre la necesidad impostergable de reformar, con importantes cambios, las leyes electorales vigentes como garantía vital de la limpieza, transparencia de unas elecciones con equidad y confianza.
Todos, a coro, proclamaron la necesidad de esas reformas.
El presidente y actual líder del partido de gobierno dijo estar de acuerdo, lo mismo han dicho los jefes de los principales partidos de la oposición, el PLD y la FP, las organizaciones especializadas, las de la denominada sociedad civil, la gran prensa nacional hicieron lo propio.
La Junta presentó proyectos de enmiendas basado en los puntos críticos de las leyes electorales, esos que han provocado revocaciones del Tribunal Constitucional y de aquellos que transgreden las líneas de transparencia y equidad.
Pero los congresistas, aunque se ufanan de ser ‘representantes del pueblo’ realizan el ‘trabajo sucio’ de esos hipócritas que mientras en público proclaman la necesidad de las enmiendas electorales, por debajo la torpedean con engañifas y los votos de sus aláteres en los hemiciclos legislativos.
Los senadores y diputados dilataron todo lo posible el conocimiento de esos proyectos –ya lo habían hecho en el CES- con el eufemismo de discusiones estériles en comisiones bicamerales, reforzada con el engaño y hasta falta de respeto de llevar a sus mesas de trabajo a representantes de organismos profesionales y especializados en las leyes sobre la materia, como Finjus, la Junta, expertos constitucionalistas.
El Senado enseño el refajo y aprobó un mamotreto, que adolece de los mismos defectos que la Ley de Régimen Electoral vigente. La otra, Ley de Partidos, duerme el sueño eterno.
Ahora, algunos tienen la ‘esperanza’ de que los diputados, de nuevo, les enmiende plana y saquen la cara por los senadores.
Ojalá.