Santo Domingo, República Dominicana, sábado 21 de diciembre, 2024

Hablemos, simplemente hablemos

Hoy quiero reflexionar sobre una realidad que vivimos cada día: la transformación de la comunicación en la era de los teléfonos inteligentes.

Este pequeño aparato, que comenzó siendo un medio para escuchar la voz del otro sin importar la distancia, se ha convertido en algo mucho más complejo y, paradójicamente, en algo que muchas veces nos aleja de quienes están cerca.

Hoy, los teléfonos no solo nos conectan, sino que también nos distraen.

Han pasado de ser un canal directo para hablar a ser herramientas de texto, imágenes, videos y emojis, creando una especie de lenguaje nuevo que no siempre dice todo lo que sentimos o pensamos.

Es como si hubiéramos cambiado la riqueza de una conversación oral por mensajes breves y fragmentados.

¿No les parece curioso que, aunque tengamos más formas de comunicarnos, hablemos menos?

Antes, una llamada telefónica era el puente para escuchar la risa, la emoción o el consuelo en la voz de alguien.

Ahora, un “ja, ja” escrito o un emoji de carita sonriente pretende sustituir esa experiencia. ¿Es lo mismo?

Peor aún. Basta observar cómo en una reunión de amigos o familia, las personas a menudo están más concentradas en sus pantallas que en el diálogo presencial.

. ¿Qué dice esto de nosotros? ¿Estamos perdiendo la capacidad de escuchar, de mirarnos a los ojos y de compartir ideas de forma más directa y personal?

Es indispensable pensar en el poder de la conversación oral, esa que ha movido al mundo desde los tiempos de Sócrates.

Hablar sigue siendo una de las formas más genuinas de compartir ideas y emociones.

Es tiempo de promover espacios donde las personas vuelvan a dialogar, a escucharse y a comprenderse más allá de las pantallas.

No estoy intentando demonizar los teléfonos ni las nuevas tecnologías.

Son herramientas valiosas, pero necesitamos usarlas de manera racional.

La comunicación es el alma del periodismo y de la sociedad. No podemos dejar que el ruido de los mensajes breves apague el eco de una buena conversación.

A veces, basta con levantar la mirada, guardar el teléfono y simplemente… hablar.

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