La propuesta de un senador, de cambiar el nombre de una muy transitada avenida de la capital, la Nicolás de Ovando, para llamarla Johnny Ventura además de un perfecto disparate, es otro absurdo del populismo que caracteriza el ejercicio legislativo en nuestro Congreso Nacional.
Porque si el senador de marras quiere hacerse el gracioso, no por ello el pleno del Senado tiene porque engancharse, sin rubor, en el carro del populismo barato y aprobar ese entuerto, mientras en las gavetas de las Cámaras se esconden, cubiertos por el polvo, decenas de proyectos y mandatos constitucionales sin sancionar.
Johnny Ventura, el inmenso artista símbolo de nuestra música, merece no una avenida, si no cualquiera de los grandes monumentos de la nación. Pero ese reconocimiento debe tener sentido y practicidad.
El absurdo tiene dos consecuencias directas: a) si le cambiaran el nombre, por ‘fuerza de costumbre’ nadie llamaría Johnny Ventura a la Nicolás de Ovando, como es conocida esa avenida desde hace décadas -como ocurre con la Privada, bautizada como presidente Antonio Guzmán, la ‘avenida del puerto’ designada coronel Alberto Caamaño, o el aeropuerto internacional José Francisco Peña Gómez, que sigue siendo Las Américas, para solo citar algunos de muchos ejemplos similares-; y b) se estaría despojando del reconocimiento que como constructor y primer gobernador de la hoy Capital y varias ciudades del país, identifican a Ovando.
‘Desvestir un santo para vestir otro’ -reza el refranero popular- es una práctica cotidiana de muchos congresistas que movidos por la emoción, la inconsciencia, la torpeza proponen crear por ley absurdos como el ‘día del compadre’ o ‘el día de beber romo’. Y hay quienes se lo celebran.