Santo Domingo, República Dominicana, miércoles 13 de agosto, 2025

Atentar contra el honor: un terrorismo silencioso

Vivimos en un mundo saturado de voces: opiniones, comentarios, juicios, rumores, titulares sensacionalistas y videos virales. En medio de este ruido ensordecedor, pocas veces nos detenemos a pensar: ¿desde qué realidad estamos hablando? El comunicador Enric Lladó ofrece una clave vital para discernir entre lo que es y lo que creemos que es, al proponer tres niveles de realidad que, regularmente, atraviesan nuestras percepciones y discursos.

La realidad cero es la externa, objetiva: lo que ocurre, independientemente de nuestras opiniones. Sin embargo, los seres humanos no vivimos ahí. Nuestra mente inmediatamente transforma esos hechos en percepciones; y se crea la realidad uno: lo que vemos, sentimos e interpretamos. A partir de allí, edificamos la realidad dos: formada por nuestros juicios, conclusiones y creencias personales. Finalmente, llegamos a la realidad tres, la más distante y peligrosa: lo que otros nos cuentan de sus interpretaciones. Es en este nivel donde hoy se mueven muchos: los medios, las redes sociales y las conversaciones cotidianas.

Y es en esta tercera donde se gesta uno de los actos más destructivos del presente: el asesinato simbólico del honor; del buen nombre, de la dignidad de una persona, de una familia, de una institución o incluso de un país. Se habla sin rigor, sin datos, sin responsabilidad. Se difunden opiniones como si fueran hechos, sospechas como si fueran pruebas, insinuaciones como si fueran veredictos.

Este fenómeno no es inocente. No es un simple “error de comunicación”. Es un verdadero acto de terrorismo simbólico, porque atenta contra lo más íntimo de la persona: su valía, su reputación, su imagen social. Y, como todo terrorismo, se esconde tras discursos ideológicos, supuestas “libertades” y dinámicas de poder.

En nombre de la libre expresión, se destruyen vidas. Pero la libertad de expresión no puede ser excusa para la calumnia, la difamación o la siembra irresponsable de sospechas. Necesitamos, como sociedad, recuperar el valor de la verdad, del discernimiento, de la honestidad. No toda opinión es válida si nace del prejuicio. No todo comentario es legítimo si nace de la ignorancia o del odio.

Las consecuencias son devastadoras: personas que pierden su trabajo, su salud mental, sus relaciones, su fe en la humanidad. Familias que se desmoronan bajo el peso de una acusación sin pruebas. Instituciones que ven resquebrajarse su credibilidad por rumores infundados. Naciones enteras sometidas al juicio global sin derecho a la defensa.

La ley debe intervenir, no para censurar la verdad, sino para proteger el bien más sagrado que toda persona posee: su dignidad. Debemos establecer límites claros frente a los destructores de la verdad, que actúan por interés, ideología o simple vanidad. Callar el mal no es censura: es justicia.

Dice el libro de los Proverbios: “La lengua mentirosa aborrece a los que oprime; la boca lisonjera causa ruina”.

Recuperemos la palabra como herramienta de verdad y no de destrucción. Aprendamos a habitar con conciencia cada nivel de realidad. Solo así construiremos una sociedad donde el respeto y la verdad prevalezcan sobre el ruido y la manipulación.

(Tomado de Listin Diario, 13 de agosto 2025)

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