Los ojos se me humedecieron y la voz se me cortó cuando en el programa Rumbo de la Tarde, junto a George Rodriguez, pretendía leer la declaración en que Pepe Mujica anunciaba su decisión de renunciar a los tratamientos médicos para combatir el cáncer de esófago con metástasis en el hígado. Informaba su decisión de esperar la muerte. No pude leer siquiera el segundo párrafo de la nota. El nudo en la garganta me lo impidió.
De Pepe Mujica -quizas sesgado por sus posiciones ideológicas, diametralmente contrarias a las que sostengo- tenía la imagen de esos izquierdistas populistas, que queriendo hacerse los graciosos proclaman libertades y un ejercicio democrático en que no creen y menos practican. Ocurre por los gobernantes de Nicaragua, Cuba, Venezuela, por ejemplo.
El ejercicio de gobierno (2010-2015) y luego su vida fuera del poder -en un continente donde muchos de los que llegan a un alto cargo, público o privado, y más a presidente, se creen ‘todopoderosos’- me hicieron variar mis ideas sobre este personaje, campechano, ciudadano, cercano, humano, sin pretensiones de riquezas. Un artículo publicado por María Cristina Rodríguez, el 10 de enero en Listín Diario, me reafirmó esas percepciones sobre ese Mujica, simplemente el ciudadano del Uruguay.
Mujica ha ‘tirado la toalla’ y se ha retirado, cual ermitaño, a esperar la muerte. Una decisión valiente, pero egoísta, que me recuerda la tomada, de manera diferente pero con un mismo objetivo, por el amigo escritor Carlos Alberto Montaner.
Cuando transité un serio episodio de salud, en la primavera del 2023, logré salir airoso, estoy convencido -amén de la pericia médica-, sostenido en la fe en Dios, la bendición de tener la compañía de mi familia y mis amigos, muchas oraciones y buenos deseos de gente que me quiere, lo que me dieron la fortaleza necesaria para seguir adelante.
Ojalá a Pepe Mujica le acompañen esas bendiciones.