La grosera agresión de Nicolás Maduro y su camarilla contra la democracia, la paz, la libertad de Venezuela no puede ser tolerada por los venezolanos, ni por los gobiernos y sociedades de las américas y el mundo.
«La peor forma de represión, la más vil, es impedirle al pueblo soluciones a través de elecciones», ha sentenciado la OEA. Y le sobra razón en el caso de Venezuela.
Maduro y su camarilla han actuado durante once años aplicando una política de violencia de Estado, de persecuciones, de atropellos, de espaldas a los mínimos procedimientos de la democracia.
Ese dictador pretende robarse las elecciones luego que el pueblo, en mayoría, se envalentonara y fuera a las urnas para darle una amplia, contundente y clara victoria a la oposición por las arbitrariedades de un régimen que impuso el totalitarismo de la mano, primero, del coronel Hugo Chavez y, luego, por el patanista Nicolás Maduro, llevando en 25 años a la nación más rica y ejemplo de democracia del continente a la pobreza extrema y a la peor de las represiones políticas.
Maduro -que apenas ha recibido apoyo de gobiernos dictatoriales, como Irán, China, Rusia, Cuba, Nicaragua, entre otros- ha decidido la ruptura de relaciones con naciones de la región, que como República Dominicana le han demandado respeto a las libertades y a la expresión del pueblo en las urnas.
A ver si ahora la ‘solidaridad internacional’, de respaldo a la resistencia y lucha interna de los venezolanos, evita que se convierta en realidad la amenaza de sumir a Venezuela en el ‘baño de sangre’ que promueve Maduro, quien debe ser detenido ya… y para siempre.