Dice una expresión popular que “uno no sabe lo que tiene, hasta que lo pierde”, y aunque es normal pensar que la frase es dominicana, entre otras cosas por haber sido popularizada en los noventa por Rikarena en el merengue “Te voy a hacer falta”, la verdad es que esta frase es común en decenas de países y de idiomas. Por consiguiente, quizás es algo propio de la naturaleza humana el dar las cosas por sentado, sin pensar que la alternativa siempre puede ser peor.
En días recientes fue publicado el Informe Latinobarómetro 2023, en el cual se muestra que 7 de cada 10 latinoamericanos expresan estar insatisfechos con el régimen democrático. De hecho, en casi todos los países de la región la democracia va perdiendo adeptos, salvo en El Salvador y México; curiosamente, ninguno de los dos son ejemplos de democracia en la actualidad.
En ese orden, el apoyo a la democracia en la región latinoamericana ha caído al nivel mínimo de los últimos 20 años. Hace apenas una década el 63% de los latinoamericanos indicaban que la democracia era preferible a un gobierno autoritario, mientras que en este año ese porcentaje ha caído a un 48%. Es decir, hoy en día menos de la mitad de los encuestados valora más la democracia por encima de la dictadura.
Un elemento sorprendente es el poco apoyo que tiene la democracia entre los jóvenes. Mientras más de la mitad de los latinoamericanos en edades entre 15 y 25 años son indiferentes o prefieren los gobiernos autoritarios, en los adultos mayores solo un 39% estaría dispuesto a sacrificar la libertad política que ha alcanzado la región. Esto parece indicar que los zentenials y millenials no les tienen miedo a las dictaduras, quizás por nunca haber vivido en ellas.
Son diversas las posibles causas del declive en la valoración de la democracia en la región, y un análisis exhaustivo del tema requeriría varios artículos. En el presente escrito el énfasis está en la responsabilidad que tienen los partidos políticos en parar esta “recesión democrática”.
Democracia
El informe previamente citado muestra que 8 de cada 10 latinoamericanos entienden que los partidos políticos no están funcionando bien, siendo esta una clara señal para todos los que hacemos vida política de que es hora de revisarnos.
En el caso particular de la República Dominicana, cerca del 75% de los encuestados mostraron descontento con el rol de los partidos políticos, y este malestar con las organizaciones políticas va creciendo cada vez más. Mientras en el informe Latinobarómetro de 2010 el 78% de los dominicanos expresaron desconfiar de los partidos políticos, en apenas 8 años el porcentaje ha subido a 86%. Por un lado, podemos cruzarnos de brazos y entrar en el mediocre mundo de las interminables excusas, argumentar que la insatisfacción con las organizaciones políticas es un fenómeno global o que es consecuencia del COVID. El problema con esto es que, si en un futuro los ciudadanos deciden pasarles factura a los partidos y elegir un populista o un “outsider”, de poco servirán esas excusas ante una nueva realidad de irrelevancia partidaria en la arena pública.
Ante esta posibilidad, es lógico preguntarse: ¿qué está pasando que los dominicanos desconfían cada vez más de los partidos políticos? Es posible que la población esté más informada y sea cada vez más exigente, pero también es posible que sean los partidos los que se estén alejando de los ciudadanos.
Lamentablemente, basta con abrir el periódico o mirar las redes sociales para notar que muchos “líderes políticos” pasan más tiempo juramentando tránsfugas que realizando propuestas para enfrentar los problemas del país.
Un ejercicio de autocrítica nos permitiría ver que en la actividad política actual las fotos y los videos para las redes tienen mayor importancia que las ideas para el debate público. Ese mismo ejercicio nos llevaría a darnos cuenta de que las cúpulas partidarias discuten más la estrategia mediática que la visión de país. Es como si la “civilización del espectáculo” de la que hablaba Alvaro Vargas Llosa se estuviera adueñando de la política.
Esta “civilización del espectáculo político” también se va reflejando en las estructuras partidarias, pues cada vez más los influencers van desplazando a los líderes comunitarios en las posiciones internas en los partidos. Se valora más al que tiene miles de seguidores en las redes, que a quienes han impactado la vida de decenas de personas en su entorno.
Esta realidad contrasta con el panorama social de hace apenas unas décadas, donde los líderes de los partidos fraguaron su nombre bajo el calor del debate de las ideas. Uno puede estar en desacuerdo con algunas ideas de Joaquín Balaguer, Juan Bosch o Peña Gómez, pero es indiscutible que cada uno de ellos tenía una visión país muy definida y planteaba constantemente sus propuestas de cómo lograrlo.
Por el contrario, hoy en día hay “líderes políticos” a quienes no se les conoce el metal de voz por nunca haber presentado en público una sola propuesta.
Antes de entrar en el ejercicio de poner nombres o siglas, es importante reconocer que estas verdades incómodas nos aplican a todos los partidos mayoritarios, sin excepción.
La lectura del Informe de Latinobarómetro da muestras de que los ciudadanos están cada vez menos convencidos de la democracia, y mucho menos convencidos de los partidos políticos. Este es un llamado de atención que, de no tratarse a tiempo y tomarse en serio, más temprano que tarde podría pasar factura, y como dice la frase popular, no se sabe lo que se tiene hasta que se pierde.