No podemos seguir en este camino de incetidumbre, de dimes y diretes, de temores, de explicaciones y aclaraciones cotidianas para ‘bajar los ánimos’.
El presidente Luis Abinader logró, en cinco minutos y 52 segundos tranquilizar a la gente, bajar las expectativas del tsunami que se venía llegar con el tema de la imposición de nuevas cargas tributarias, con un dejo de sinceridad y hasta humildad -en un régimen presidencialista donde el jefe del Estado se le presume ser ley, batuta y constitución- al indicar que se estaba equivocado sobre lo que quería el pueblo y lo que se le presentaba en el proyecto de la reforma fiscal de marras.
Era todo un cóctel explosivo.
Al huracán siguió, sin embargo, el mal manejado tema de la designación de Carlos Pimentel en una doble posición dirigencial en el gobierno, que evidentemente provocaban un conflicto de intereses, mientras en el interregno subía de tono la queja de los que tenemos más de 65 años de edad para obtener la renovación de la licencia de conducir vehículos, reducida a un período de dos años. Esto último, algo que parecía un tema ‘menor’, una ‘tontería’, pero que aunque lo fuera, alborotó las avispas de una manera que indicó que la gente no estaba en disposición de aceptar imposiciones sin ‘echar el pleito’.
El presidente Abinader ha tenido que lidiar cotidianamente con una y otra situación, de manera continua, que le consumió tiempo, energías, atención cerrada para poder conjurar las distorsiones que cuestionaban el gobierno.
Aquí, queda muy claro, la comunicación gubernamental fue débil y no estuvo a la altura de las circunstancias.
Ojalá sirva la experiencia.