El primer proceso electoral después del magnicidio produjo entusiasmo colectivo. Fue el estreno del derecho a elegir y ser elegible desconocido durante la tiranía, negado por el régimen que compensaba la violación con mascaradas electorales que servían para ratificar el omnímodo poder del jefe. La emoción acompañaba el camino hacia las urnas aquel 22 de diciembre del año 1962.
La apuesta fue inusitada, atrevida, comenzó con la promulgación de la Ley Electoral 5884- 3.05.1962- redactada con asistencia de técnicos de la OEA y la designación del respetado Emilio de Los Santos como presidente de la Junta Central Electoral. Los partidos políticos “brotaban como hongos” a partir del 30 de mayo de 1961, señala Piero Gleijeses en “La Crisis Dominicana”. Juan Bosch denominó “ventorrillos políticos” a las agrupaciones, movimientos y partidos políticos que aparecían por doquier creados para: “negociar posiciones, recoger dinero y hasta llegar algún día a ser embajadores”. De los 26 partidos existentes en el 1962 solo siete participaron en el certamen. La competencia estaba concentrada entre Juan Bosch- PRD- y Viriato Fiallo- Unión Cívica Nacional-. El desprestigiado Consejo de Estado permitió la organización de unas elecciones históricas.
La convocatoria a las urnas incluía además de la opción presidencial, la elección de senadores, diputados, síndicos y regidores.
Las mesas electorales estaban presididas e integradas por munícipes distinguidos en su comunidad, dispuestos al éxito del novedoso ejercicio del sufragio.
Desde el amanecer del día señalado el desfile de mujeres, hombres, jóvenes, viejos, rumbo a los recintos electorales auguraba el feliz debut electoral.
La proclama de los ganadores fue el 22 de enero 1963. La victoria sin fisuras del PRD que también obtuvo mayoría en el Congreso presagiaba una época de transformación que quedó trunca siete meses después del inicio del mandato. La emoción primigenia fue trastocada por el espanto del golpismo, los gobiernos de facto, los fusilamientos de idealistas encaramados en las escarpadas montañas de Quisqueya. La guerra y la intervención de las tropas de EUA, convertidas en “Fuerza Interamericana de Paz”, se encargaron de teñir de rojo la ilusión democrática.
Después de la firma de las capitulaciones para finalizar la guerra, durante el gobierno provisional a cargo de García Godoy fueron celebradas elecciones y comenzó otra historia con la asunción a la presidencia de Joaquín Balaguer- 1.07.1966-. El descreimiento en los procesos electorales fue la norma. El triunfo de Guzmán Fernández, luego de doce años de balaguerismo, azuzó la caverna que insistió hasta conservar algo de lo perdido. La violencia, las falsificaciones, abusos y excesos, estuvieron presentes en cada escrutinio. Las votaciones del año 1990 y el traumático proceso del 1994, obligaron acuerdos para lograr reformas tendentes a la modernización y fortalecimiento del sistema electoral.
Tortuoso ha sido el camino electoral criollo, hoy existen garantías para preservar el voto, aunque persiste la mal disimulada intención de controlar a los serviles cuando la obnubilación que produce el mando desconoce autonomías. Votar es un derecho y un deber. Ejercer el derecho y cumplir con el deber, es una manera de evitar o morigerar el absolutismo que
siempre acecha.