Unas personas, uno de ellos que en algún momento ha ejercido como periodista, me han enrostrado públicamente, con epítetos y groserías irrepetibles, mis comentarios -en esta columna semanal y en mis programas diarios de televisión y radio- sobre el uso abusivo de algunos ‘comunicadores’ que en medios y redes sociales insultan, difunden mentiras, difaman, fusilan honras y hasta sobornan, bajo el eufemismo de que ejercen el derecho constitucional que garantiza la libertad de prensa y de expresión.
Cada persona tiene la potestad de decir lo que le venga en ganas, pero cada uno, también, debe estar dispuesto a pagar las consecuencias, cuando sus expresiones transgredan el derecho de los demás.
Hoy están sentados en el banquillo de los acusados varios de esos llamados ‘comunicadores’, que pretenden hacer creer que ejercen el periodismo, lo que reclaman como una licencia para violentar los derechos, la honra, la privacidad de la gente. Un despropósito. Un abuso.
El colmo fue lo proclamado por una señora que escribió y difundió letras de exaltación a prácticas homosexuales, entrelazados con la música y texto del Himno Nacional, indicando que lo hacía como un ejercicio de su libertad de expresión. Nada más absurdo. Por ello, creo, ha sido correcto el sometimiento judicial que hiciera la Dirección de Efemérides Patrias, ante el aberrante y desbordado ultraje al símbolo patrio.
Un ejercicio de 58 años ininterrumpido en el periodismo -alcanzando los más altos peldaños de la profesión- en que nunca me han llevado ante un tribunal por difamación, ni me han desmentido un comentario o una nota publicada, son mis cartas de presentación.
Las groserías me resbalan porque “ofende quien puede, no quien quiere”, dice el refranero.