Santo Domingo, República Dominicana, viernes 20 de septiembre, 2024

El ego gratuito

Estimado señor: Le envío la nota de prensa junto con una foto ilustrativa del libro que acabo de publicar —me anuncia un colaborador. Debo revisar la nota, adaptarla al estilo del diario, suprimir nombres de presentadores, anunciantes y miembros de la mesa directiva porque, a fin de cuentas, no vienen al caso. Elimino el título extenso, con detalles innecesarios que incluyen hasta lugares y fechas. No es que con estas medidas busque alimentar el sentido de telegrafía, sino porque un título es como un disparo que puede ilustrar o no.

Para muestra queda la información suministrada en la nota, la cual debe ser lo más escueta posible porque lo que se desea no es una copia al papel carbón del acto, sino una síntesis informativa de la novedad. También se eliminan títulos honorarios de protagonistas, invitados y miembros de la mesa de honor. La consagración no se obtiene con medallas, certificados nobiliarios alcanzados simplemente por el cumplimiento del deber o por notas de prensa, porque, a fin de cuenta, todos iremos a parar al zafacón de la historia. Para eso “a mi trabajo acudo/ con mi dinero pago/ el pan que me alimenta/ el traje que me cubre/ y el lecho donde yago”.

Si relato esta experiencia, sin nombres ni apellidos, es para referirme a otro nubarrón generalizado que cae en forma de aguacero sobre ciertos personajes cuando envían sus notas de prensa a los periódicos aspirando a su publicación tal y como la escriben, con sus propias fotos influidas donde no aparece el libro recién presentado, sino el autor, invitados, familiares, amigos, contertulios y hasta el propio presentador como si fuera un acto social para resaltar una dudosa calidad a partir de presencias físicas, no creativas. Ese mal me obliga a buscar rastros por mi cuenta.

Y mientras más busco, más me acerco a lo inaudito: Ni quien remite la información queda en posesión de su imagen impresa. Vivimos tiempos donde los autores, pintores, músicos, cineastas, humoristas y demás miembros de la fauna cultural no acuden a la prensa como antes en busca de comentarios imparciales. Ya aquellas tiradas de libros de miles de ejemplares pasaron a la historia, Hoy solo se hacen doscientas copias, a duras penas, si los autores se atreven a sufragar su impresión, en detrimento de mejorar algunas zonas deterioradas de la “mansión que los cobija”.

Las notas de prensa llenas de elogios y adjetivos inmerecidos, sustituyen aquel ir y venir de los autores por los diversos diarios del país y canales de televisión para que alguien se atreviera a comentar su obra. Hoy, en tiempos donde no existen suplementos culturales, y las revistas solo hablan de política, negocios, ventas, comestibles y útiles del hogar, muy pocos ilusos se dignarán a leer el comentario o la nota de una novedad cultural.

En mis primeros años dominicanos, adquirieron fama kioscos para libros, folletos, diarios y revistas. La gente se divertía leyendo. Saber valía la pena.

En mis años cubanos, la publicación de un libro no era un acto social. La noticia aparecía hasta en la radio porque sobraban los espacios de promoción. Al siguiente día del acto, la prensa no escamoteaba espacios para opinar sobre lo ocurrido en el acto cultural, que, a partir de ese momento dejaba de ser privado. Había crítica, flores y espinas. Honesta o malintencionada, pero crítica. A veces la presentación ocurría en plena vía pública, sobre una tarima improvisada como si el autor fuera un cantante de moda. Pero funcionaba.

Hace unos años, un amigo me narró lo ocurrido en un centro cultural dominicano cuando un escritor famoso, anunció la presentación de un libro a todo dar, y eligió una sala teatral para llenarla de público. Buscó a un presentador consagrado y respetado, que antes había revisado, corregido y elogiado su obra. El escenario quedó preparado para un discurso denostativo. Lo más doliente sucedió al final, cuando el preentador recomendó no adquirir la obra porque, además de aburrir, le hacía culto al mal gusto. Terminado el acto, el autor abrazó al presentador y de manera insólita, tomó asiento para la firma de libros que se vendieron a pesar de la recomendación negativa que le antecedió.

Un autor, director de cine, pintor, cantante, humorista, músico, compositor o galerista, debe aplaudir las críticas que reciba, ya bien buenas o no. Para eso crea. Una obra no es como una moneda para llenar bolsillos sedientos de remembranzas.

La acción de manipilar el comentario de una creación, de una persona o de un hecho es similar a esa vara con la que se golpean los peces cuando salen del agua. No le hace color al tipo de sombrero que solemos usar. La “vendetta” solo tiene el color de los insectos. Y quien se moja en el río no debe salpicar a quien no lo hace.

 

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