Santo Domingo, República Dominicana, viernes 5 de septiembre, 2025

El Listín que olía a campo y se veía de otro mundo

¡Bueno, bueno! Si les cuento esto a los más jóvenes, me van a mirar con cara de “¿este señor de qué está hablando?”.

Pero los que peinamos canas lo recordamos con una sonrisa: aquella vez, a principios de los años 70, abrir el Listín Diario era como abrir una ventana a un bosque.

Por una semana entera, el periódico amaneció vestido de un verde clarito, suave a la vista. Y por si fuera poco, ¡hasta olía! Olía a pino fresco, a naturaleza, a algo totalmente distinto al olor a tinta y noticias de última hora al que todos estábamos acostumbrados.

Ahora, que no se me malinterprete: esto no fue una jugada maestra de mercadeo, ni una “tormenta de ideas” de esas que hoy están de moda.

¡Fue un buen lío! Un problemón de los que hacen que a los jefes se les salgan las canas.

Resulta que el barco que traía la carga más importante —el papel periódico, la materia prima de todo— se tardó más que un remedio hecho en la farmacia.

Las reservas se agotaron y el Listín se enfrentó a una pesadilla: la posibilidad de no salir. ¡Inimaginable!

Pero en medio del pánico, a alguien se le encendió el bombillito. “¡Eh, esperen! ¡Tenemos los rollos de papel verde!” Esos rollos eran el “stock” secreto, guardaditos para imprimir el suplemento semanal. Era un papel con pedigree, de otro nivel.

Y así, sin más remedio que creatividad, se tomó la decisión: “¡Pues se usa ese! Que el periódico salga verde y punto!”.

La gente aquel día se quedó sorprendida. En vez del clásico blanco y negro, sus manos sostenían una isla verde de noticias. Y el aroma… ¡el aroma era la cereza del pastel! Un perfume a pino que le ganaba por mucho al olor a tinta fresca que nos dejaba los dedos como si hubiésemos estado en la imprenta manoseándolo.

Fue como si alguien le hubiera echado “Cleaner” al periódico. ¡A la gente le encantó!

El Listín, fiel a su gente, les explicó la travesía: “Esto es por el barco tardío, pero ¡aquí estamos!”. Y eso, lejos de molestar, creó complicidad. La gente entendió que, incluso vestido de verde y oliendo a bosque, su periódico no faltaba a la cita. Cumplió, contra viento y marea, con su misión.

Fue un capítulo único, un divertido y aromático paréntesis en más de un siglo de historia. Un accidente con clase que dudo que se repita. ¡Así que los que lo vivimos, tenemos una anécdota de oro para contar!

 

 

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