Correcto el camino anunciado por Faride Raful contra la sucia, rastrera, cobarde oleada de diatribas y acusaciones en su contra, de parte de aquellos que no le perdonan ser una mujer de éxito y haber alcanzado posiciones trascendentes en la carrera política que ha abrazado.
Alguien tenía que abrir las compuertas de reclamar su honra, de la manera civilizada que nos enseña la democracia.
El otro camino, el de la caverna, se resuelve, regularmente, por vías radicales: la cárcel, que aplica el autoritarismo irracional, o el plomo, con el que el crimen organizado impone su poder.
El paredón moral en que se pretendió fusilar a Faride fue tal que la obligó a no seguir callada, pero sin actuar como la canallada vulgar, a escondidas, de la forma grosera con que esos acorralan a sus presas para extorsionarlos, degradarlos, descalificarlos, arrodillarlos. Esos, como los cobardes, que cuando son confrontados lloriquean pidiendo perdón, y ruegan clemencia.
Faride se engrandece cuando en vez de hacer uso del gran poder colocado sobre sus hombros, ha optado por el camino civilizado, los tribunales, un escenario que los depravados y malvados no resisten y que les huyen ‘como el diablo a la cruz’.
De ahí la fortaleza del proyecto que procura establecer, en forma de Ley, las necesarias regulaciones, que por las vías institucionales frenen el desorden a que ha degenerado, en manos de desaprensivos, el uso irresponsable y delincuencial de los medios de comunicación masiva y de las redes sociales, una de las grandes herramientas del mundo moderno.
Esta no es una lucha contra los usuarios de esos medios. Es una reacción de la sociedad contra el terrorismo verbal de esos extorsionadores profesionales.
