Santo Domingo, República Dominicana, martes 26 de noviembre, 2024

El “sastre” de los periodistas

Sentado en una silla, sobre la acera de la calle 19 de marzo esquina Salomé Ureña, estaba siempre Don Alberto, a las puertas de su modesta sastrería, a la caza de clientes.

Por allí cruzaban, a diario, los periodistas del Listín Diario y Última Hora, que subían a pie desde la calle El Conde, una de las rutas de los conchos públicos, para llegar a las sedes de sus diarios.

Para la época, en los albores de los años setenta, los reporteros, con escasísimas excepciones, no usaban trajes.

Los sueldos no daban para comprar en tiendas, por lo que era más común mandarlos a confeccionar donde Don Alberto, en base a la limitada oferta de telas que había en su negocio, baratas, desde luego, como el poliéster.

Un traje completo costaría entre 30 y 35 pesos.

Pero en un gesto de astuta benevolencia con los habituales clientes de los periódicos, aceptaba iniciales de 10 a 15 pesos y cuotas restantes de 5 pesos, plazos muy cómodos para aquellos que ganábamos 75 pesos quincenales.

En su zorruna forma de hacer negocios, a Don Alberto le gustaba ofrecer, según él, telas exclusivas y es-casas, pero baratas, para conquistar clientes. Pero se guardaba sus secretos.

Una vez ofreció, dizque en exclusividad, unos trajes en tela amarilla, más clara que el kaki, y muchos de nosotros caímos en el gancho de creer que tendríamos piezas únicas.

Hizo más de seis trajes iguales y los entregó el mismo día, de forma individual, a sus clientes.

Por inexplicable coincidencia, los reporteros estrenaron sus trajes el día en que estaba programada una actividad formal del periódico, y parecía que se trataba de un uniforme.

En otra ocasión, cuando la administración del periódico le ordenó confeccionar uniformes de color verde para el personal de conserjería y ventas de Última Hora, también hizo la misma jugada.

Sin advertirles a otros ejecutivos del diario vespertino que ya había hecho su “agosto” con los uniformes del personal, ofreció buenos precios para confeccionar trajes con yardas de la misma tela que le habrían sobrado del primer pedido.

De ese modo, uno de los más altos ejecutivos del diario llegó con el nuevo atuendo el día que, sin él saberlo, la Administración había ordenado el estreno general del nuevo uniforme.

Y se topó con una inesperada reacción socarrona de compañeros que, socorriéndose, descubrieron que con esa misma tela estaban vestidos los y las conserjes del periódico. Y así se lo dijeron.

Hasta ese día usó su nuevo traje, sin descontar el enorme enojo y vergüenza que le produjo esta infeliz coincidencia.

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