Santo Domingo, República Dominicana, sábado 4 de octubre, 2025

Encadenar las ideas

El odio no es arma legítima: reflexiones sobre la violencia política

No hay idea más absurda que la de los autócratas y fundamentalistas cuando han tratado de encadenar las ideas, pretendiendo encerrar en cuatro paredes el pensamiento de un hombre o el de una mujer para evitar que sus maneras particular de ver la vida y el mundo contagie a las multitudes.

Eliminar físicamente a un ser humano por temor a sus pensamientos es el acto más estúpido que pueda concebirse en estos tiempos. Las ideas no se combaten con la eliminación física de quienes las enarbolan, ni encerrando en una cárcel a su promotor.

Recibió la repulsa mundial el asesinato de Charlie Kirk, el activista de derecha estadounidense partidario de una retahíla de aberrantes concepciones ideológicas. Su desaparición física no sepulta sus ideas. Al contrario, fortalece su lucha porque la época del «ojo por ojo» quedó atrás. Aparte de sus descabelladas formas de ver la vida, antidemocrática, su asesinato nos retorna al pasado de sociedades salvajes. Nos recuerda décadas anteriores a la independencia de Estados Unidos, donde imperaba la ley del más fuerte.

Su abusivo asesinato tiene que ser analizado desde un prisma emocional que parece motivar los discursos de buena parte del liderazgo a nivel global: el odio y la sinrazón.

Por ideas, sin importar su naturaleza, no se debe de recurrir a la violencia para intentar detenerlas, que nos remite a la Italia  de Mussolini y la Sudáfrica de la minoría blanca. El encierro en cárceles de Antonio Gramsci y Nelson Mandela no terminó aplastando las ideas de uno o de otro, perseguidos por el fascismo y el apartheid.

Gramsci y Mandela, en escenarios y tiempos diferentes, fueron confinados en cárceles. Quienes persiguieron al intelectual italiano Antonio Gramsci por sus ideas comunistas, partieron del hecho de que con su encarcelamiento, el comunismo se detendría, mientras el fascismo avanzaba. Fue un intento deliberado de detener su cerebro, para lo que se valieron de todo tipo de maltrato tras una condena de 20 años, 4 meses y 5 días. Aislar y neutralizar su poder intelectual fue el objetivo del fascismo encarnado por Benito Mussolini.

De las condiciones carcelarias impuestas, hay toda una historia de la prisión en Turi, donde estuvo desde 1928 hasta 1933. Celdas frías, húmedas e insalubres fueron las terribles condiciones para un hombre de un cerebro privilegiado, independiente de sus concepciones ideológicas. Distintas enfermedades le minaron su salud: tuberculosis, problemas digestivos agudos, gastritis, úlcera y colitis, entre otros padecimientos, aparte del aislamiento al que fue sometido para minar su reciedumbre moral.

Frente a todo este tormento, Antonio Gramsci se refugió en el estudio y sus escrituras en la cárcel, que llegaron a 3 mil páginas hechas a mano, las realizaba a escondidas. Se impuso una rutina de hierro. Y así lo hizo poco después aquel abogado sudafricano, Nelson Mandela.

Llevó su lucha contra la segregación racial más allá de los barrotes a los que fue enclaustrado por 27 años por una minoría blanca que lo persiguió a él y a sus seguidores. Mandela, que recibió igual que Gramsci todo tipo de atropello inimaginable, no terminó pensando diferente; al contrario, se convirtió en símbolo de la resistencia contra el racismo, habitualmente acompañado de odio.

Cuando el profesor Juan Bosch regresó del exilio tras la desaparición física del tirano, la primera idea que enarboló fue de que los dominicanos no podíamos seguir dándole vueltas al odio, una frase que caló en la conciencia nacional. El odio y el rencor non son armas genuinas en la política ni en la guerra.

 

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