Durante la Segunda Guerra Mundial, el Tercer Reich puso en marcha un concepto que, con el curso del conflicto, se convirtió en doctrina militar y expansionista que justificó las ocupaciones ordenadas por Adolf Hitler para apalancar su delirio y megalomanía impresionantes.
Se trató de la llamada “doctrina de la frontera movible”, la cual daba sustento ideológico a sus agresiones contra países vecinos que terminaron ocupados por las fuerzas alemanas.
Como la frontera era movible, lo mismo daba que permaneciera en los límites alemanes o que se prolongara hacia Polonia, Dinamarca, Noruega, Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Francia, Yugoslavia, Grecia y los amplios dominios en Europa Oriental, los territorios bálticos, Bielorrusia, Ucrania y la misma Rusia, donde el führer mordió el polvo de la derrota y labró su destino final.
Pese al fracaso de la doctrina nazi no han faltado en el curso posterior de la II Guerra Mundial quienes se sientan tentados a montarse en semejante justificativo expansionista para pretender apoderarse de territorios, no ya por la vía militar propiamente dicha, sino mediante mecanismos de dominación más sutiles y sofisticados.
Ahora mismo, con el despliegue naval de Estados Unidos en el Caribe y el Pacifico sur, estamos en presencia de una reminiscencia de la frontera movible de Hitler, justificada con una narrativa light de fácil venta, como es la lucha contra el narcotráfico internacional.
Es de fácil mercadeo, pues nadie que tenga algo de sensatez se opondría a que el Gobierno estadounidense haga lo que deba para evitar que a su territorio llegue la cantidad de drogas diversas que arriba allí, en parte por el propio comportamiento permisivo de las agencias encargadas de su persecución, las que, según se especula, se hacen de la vista gorda para que circulen las dosis que hacen falta a sus millones de adictos.
La frontera movible no declarada le proporciona a Estados Unidos el marco moral que considera propicio para justificar actuales o inminentes agresiones contra países no anuentes a los que cuales se acuse—sin evidencias comprobables de manera independiente—de facilitar el tráfico de drogas, si no es que se les señala directamente como dueños del narcotráfico.
Este es un argumento que ha reemplazado la amenaza comunista de la Guerra Fría, y consigue seguidores como aquella entre quienes justifican cualquier comportamiento del establecimiento estadounidense.



