Doña Milagros Sánchez, la maga que alimentó ideas y estómagos
Cuando iniciaba el ejercicio del periodismo como reportero de los medios de comunicación, solía visitar la calle Cambronal número 4 de Ciudad Nueva, a poco más de 500 metros del Mar Caribe, próximo al obelisco hembra en Santo Domingo.
La década de los ochenta llegaba a la última estación, eran tiempos en que ejercer la profesión no significaba mayores riesgos que aquellos que uno mismo se agenciaba.
Ser periodista, lo asumimos como un sacerdocio, pero con un ingrediente ideológico. Periodista, juventud e ideología era una trilogía cual bomba de tiempo, sin que uno tuviese conciencia de lo “peligroso” que creíamos que éramos. Pensábamos que con la pluma se resolvían todas las tensiones y problemas de la humanidad.
Regresando al tema de la calle Cambronal, caíamos en la casa como ciclón batatero, sin previo aviso. Sin embargo, la cocina de doña Milagros Sánchez siempre tenía respuestas, sin importar la cantidad de comensales.
Con las imprevisiones de Vianco y de Pedro, dos de sus hijos, periodistas también, doña Milagros, la matrona, sin colaboración de nadie levantó a ocho vástagos y algunos más a los cuales hizo profesionales de bien.
Cualquier tarde, después de salir de la redacción, Vianco y Pedro acarreaban con el grupo para engullir lo que doña Milagros tenía en los fogones. Ahí estábamos Josefina, Mildred, un servidor, Vianco y Pedro Ángel. ¡Un ejército!
La sobremesa caía sola. Las historias, reales o ficticias, abordaban distintos tópicos, desde las anécdotas de la propia familia Martinez Sánchez, hasta las persecuciones al “comunista” de Vianco que son antológicas. Doña Milagros no solo tuvo que lidiar con el peso que en esta sociedad representa subir a ocho hijos sola, sino con los tormentos propios de tener en casa una ideología de izquierda en plena Guerra Fría.
Cuando concluíamos de pasar revista al “juidero” de las manifestaciones estudiantiles en la UASD, seguíamos con las historias familiares. En ningún caso, la del resto de nosotros, se asemejaba a las estampas de los Martinez Sánchez.
Las anécdotas de esa familia son en sí una hipérbole. Doña Milagros, hacía que la existencia de su hogar nos pareciera un cuadro surrealista que adornaba la zona, con más tiempos de alegría que de penas, a pesar de las precariedades de todos.
El gozo fue el eje esencial de ese hogar, erigiendo una percepción de abundancia que doña Milagros administraba como una prestidigitadora. Se recuerda una mañana que tomó el teléfono para llamar a su hijo Vianco al periódico.
—Vianco, te llama tu madre— dijo la recepcionista de El Nuevo Diario.
—Dígame mami— Respondió Vianco al otro lado del teléfono. —¿Qué tú quieres comer?¬ —Preguntó doña Milagros.
Vianco, que estaba quemando neuronas como reportajista fino, pensó que algún dinero había entrado para que doña Milagros le estuviera dando la oportunidad de apelar a un amplio menú. No bien Vianco aterrizó en su ilusión, cuando la doña le hizo una advertencia:
—Aquí lo único que hay es plátano sancochado con salchichón, así que mira a ver.
Como miles de madres en este país, a Milagros Sánchez las circunstancias la obligaron a no mirar hacia atrás cuando quedó sola con 8 hijos y una única hija, Evelyn la reina, a quienes dedicó toda su vida para convertirlos en personas de bien. Sin tener cuentas bancarias, pensiones ni herencia, la matriarca llevó a sus hijos a ser ingenieros, arquitectos y periodistas, sin becas ni subsidios.
Cuando los gobiernos se ocupen de honrar la vida de las madres solteras, mujeres que viven su día a día empujando la vida para echar a sus hijos hacia delante, necesariamente en ese pedestal estará Milagros Sánchez, una mujer que venció los designios de la pobreza, la indiferencia, pero erigió un lugar alegre para sus hijos y quienes nos agregamos a su prole.