Nací a mediados del siglo pasado, hace 73 años, y me crié en la Zona Colonial, Zona Intramuros, Ciudad Colonial, Ciudad Vieja, Casco Urbano, como se le quiera llamar, pero en fin la zona en que se fundó la ciudad de Santo Domingo y desde donde se desarrolló la hoy Capital de la República. Conozco todas sus calles y callejones y hasta sus pasadizos y túneles. Es mi vieja ciudad, la ciudad de mis recuerdos, y me duele. Con cierta frecuencia visito sus barrios: San Antón (donde nací y viví por muchos años), Santa Bárbara, San Miguel, San Lázaro.
En la Zona se libraron las más duras luchas contra los remanentes de la dictadura, fue el epicentro de la guerra de 1965, ha sido el eje de la historia nacional, allí se dio el grito de Independencia, Intramuros ha sido puntal del desarrollo del turismo histórico nacional.
En los últimos años -desde aproximadamente 2010, para ponerle una fecha- con los procesos de reordenamiento, remodelación, rescate, la Zona Colonial se convirtió en un gran atractivo, no solo para visitas de turistas sino de muchos dominicanos, en especial jóvenes, que hoy abarrotan restaurantes, bares, atractivos históricos, centros de diversión, etc., lo que ha dinamizado enormemente la vida de la Zona Intramuros.
Pero junto a ello, también, un desborde de ‘libertades’ que rayan en la tranquilidad, el respeto, las buenas costumbres, el pudor a que tienen derecho los residentes de la Zona y, desde ahí, la sociedad.
El irrespeto que se protagoniza, aumenta y extiende desde el parquecito Duarte, frente al Convento de los Dominicos y la Biblioteca histórica, de la esquina de las calles Duarte y Padre Billini, ha desbordado toda posibilidad de tolerancia.
El parquecito fue ‘tomado’ por los LGTB, gays, lesbianas, fumadores y usuarios de drogas, música alta y bulla, malaspalabras incluidas, en un estado de desorden y desenfreno que ha parecido incontrolable por momentos, en aras de la ‘demanda’ de ‘respeto a las libertades de género y de acción’, como dijera una de esas organizaciones en su momento, por allá por el 2012, cuando los vecinos del lugar ‘pegaron el grito al cielo’ luego que la estatua de Duarte, en el centro del parquecito, fuera irrespetado de la peor forma, en un acto intolerable, pero que era tolerado a la vista de las autoridades, obligadas a la vigilancia y seguridad del lugar y de toda la zona.
Hoy nos damos golpes de pecho ante el desborde del último fin de semana. Gracias a Dios, digo, que el vandalismo que los dominicanos –y de otras latitudes- vimos en los videos que circularon en los medios de comunicación –subido incluso con ‘orgullo’ por determinadas redes sociales- no llegó a consecuencias mayores.
Hoy se anuncian investigaciones, como dijera la Vicepresidenta, y se asegura que se establecerán responsabilidades, que serán motivo de sanciones. Y yo digo que, como el cuento de las monjitas sea: ‘a todos’.
Pero lo principal, abogo, es porque el ejemplo penoso del pasado fin de semana, sirva de ejemplo para quede, de una vez por todas, se ponga freno al desenfreno que se ha permitido hasta ahora en algunos lugares de la Zona Colonial, y en especial en el parquecito Duarte, sin que se violenten los derechos de la gente, las libertades, como dijera el Presidente, pero que también aquí se aplique, el derecho ‘de todos’, como dice refrán de las monjitas.