Para Michael V. Johnson, un obrero de factoría de Detroit, el resultado electoral sería el mismo de siempre, un premio de consolación a la esperanza. Ejerció su voto y más que por negro, condición que compartía, sentía que Barack Obama tenía los atributos necesarios para ser un buen mandatario, pero como negro sabía también que los negros no pueden ser presidentes en los Estados Unidos.
Días antes de las elecciones la encuesta Gallop-Eda había dado a su contendor una ventaja insalvable. “Al menos vivió un impensado sueño”, se decía para si y con ello quería llevar al joven candidato sus deseos de consuelo, “fue candidato presidencial demócrata, y venció nada más y nada menos que a una mujer blanca, senadora del estado de New York y ex primera dama con un prestigio inmenso en unas primarias excitantes”. Votó por Obama sin expectativa ninguna, su epitafio electoral, el de Barack Obama y las utopías, lo reflejaban las encuestas a favor del republicano John McCain.
El trabajo lo mantuvo ocupado, tanto que no supo de inmediato del triunfo electoral demócrata y de que un hombre negro de padre africano era ya presidente electo de la nación más poderosa del planeta.
La noticia fue sorpresiva, de una sorpresa agradable. Para saberlo tan solo tuvo que salir a las calles de la zona industrial de Detroit y el júbilo y el festejo en las calles y los gritos desacompasados de un solo vocablo “Obama”, le hicieron saber que lo imposible fue hecho, Obama venció a las encuestas y al hombre blanco.
Para Mary Ann Taylor, una florista del sur de Ohio la historia no fue diferente ni para millones de negros, amarillos, pobres y personas excluidas y reprimidas del mundo, para todos ellos prendió una esperanza, la fe de que todo puede ocurrir para bien.
Las encuestas en todo el mundo han acertado casi siempre a favor de detentadores de poderes, continuistas vistos como estabilizadores de los intereses internos y más aún, externos, y han fallado en ubicar las verdaderas posibilidades de las oposiciones, salvo cuando el poder de turno afecta los intereses, sus intereses.
En todo caso, los planetas incidentes se alinean, y es esa la causa por la que en la generalidad de las naciones el voto es secreto. Se permite un dejo de hipocresía manifiesto por el cuerpo de electores en las campañas, bien por miedos, compromisos o libertades que solo se manifiestan en la secretud del voto.
Imaginemos que un dictador abre a elecciones la suerte de su nación, si el descontento es general muy probablemente ninguna encuesta encontrará manifestaciones al respecto y los ciudadanos responderán a sus estímulos y cuestionamientos (de las encuestas) con la respuesta menos perjudicial, no con la que retrate su intención real de voto, la de su conciencia y de sus intereses prioritarios, los que desnudaran ante la urna al amparo del secreto.
De cierto es que al enjuiciar nos enjuiciamos, hay una parte muy subjetiva que actúa al momento de decidir, y en la reciedumbre del que aplica cada parte de la encuesta está una parte importante del resultado final, lo otro son intereses, de los cuales ni encuestadora, ni encuestadores, ni encuestados están al margen, y qué decir de los dueños y gerentes de las encuestas con inversiones en muchos rubros de las finanzas, los negocios y las economías que se afectan por quienes resultan favorecidos con los triunfos electorales. Es difícil creer que se legisle en su propia contra siendo éticamente cuestionable que se legisle a su propio favor, lo que suele ocurrir.
Las encuestas y las calificaciones de calificadoras quedan al desnudo y retratadas por una figura que se mueve con mandato de influirlas para cambiar percepciones, pues todo es percepción en ellas, pues de no serlo no habría ninguna objeción en que estas sustituyeran las elecciones en las que a grosso modo han acertado en un minúsculo 12 por cientos de sus predicciones, ellas, encuestadoras y calificadoras, hicieron necesario el surgimiento de los lobistas, cuyas funciones incluyen intermediar para obtener favores, impulsar propuestas, cambiar percepciones e influir en calificadoras con estrategias que modifiquen o enruten la inversión minando los escollos que hacían inviable tal posibilidad.
Si lo pensamos bien, encuestas y calificaciones tienen el mismo objeto, o mejor dicho, las encuestas y los números perceptuados crean una idea de factibilidad o no en el ámbito de las finanzas y la credibilidad en Estados, estamentos y empresas, y si pueden ser permeadas, devienen en instrumentos caros para posesionar lo que el que pueda pagar quiera.
Es normal y regla general que nada humano sea perfecto y humanamente infranqueable.
En nuestro país, con apego a decisiones y autorizaciones administrativas y jurisdiccionales, nuestros jaraquiricos partidos políticos han decidido asumir las encuestas para resolver ofertas electorales con la finalidad de hacer menos costosos los procesos y sobre todo de aminorar las heridas que suelen crear los procesos democráticos internos, pero, ¿Es eso legal?, aquí podrán decir que la Junta Central resolutó, que el Tribunal Electoral dijo o que el Tribunal Constitucional fijó tal criterio, y todo ello representaría una sujeción jurídica, pero no necesariamente la verdad o legitimidad de tal acción.
Partamos de que lo que intentan retratar las encuestas electorales es la intención del voto, es decir, un acto anticipado de lo que seguramente se produciría en un individuo (encuestado) que revela anticipadamente lo que le está resguardado constitucionalmente, su voto, que tiene como característica el ser personal, libre, directo y secreto, sin poder ser constitucionalmente obligado a revelarlo ni a votar coaccionado en una dirección que le sea impuesta (Art. 208 CRD).
Siendo así, las encuestas adolecen de un gran problema pues no son directas, no se ejercen en un ánfora de votaciones (urnas) por la misma persona titular del derecho y no podrían ser secretas a terceros pues la encuestadora no es la persona que ha de emitir el voto, es un tercero que al tomar conocimiento mata ipso facto la necesaria secretud del voto.
El secreto del voto tiene dos responsables o sujetos obligados, que la ley y la Constitución reconocen y a los que manda al cumplimiento de tal responsabilidad, la Junta Central Electoral como organismo responsable del montaje y organización de las elecciones y, al titular del derecho al voto, quien está obligado a mantener la secretud de su propio voto y el ajeno en caso de haber tomado conocimiento accidentalmente del mismo, todo ello hasta abandonar el recinto de votaciones, ah! en las encuestas no existe el recinto de votaciones, razón esta, lo de la obligación del secreto del voto, que ha motivado a partidos políticos y autoridades electorales a procurar la supervisión de la Junta Central Electoral en el ejercicio del pre-voto que organizan las democracias internas de dichos partidos, como forma de garantizar la conformidad del mismo con la exigencia de secretud y volatividad que ordena la carta sustantiva.
Todo lo anterior puede ser vencido fácilmente estableciendo que no se trata de un voto o votos emitidos sino de manifestación de propensión en un momento determinado, que puede cambiar al momento de ejercer el derecho con las garantías constitucionales y electorales, así mismo que la ley de partidos políticos No. 33-19 manifiesta en su artículo 45 párrafo I que: “Las primarias, convenciones de delegados, de militantes, de dirigentes y encuestas, son las modalidades mediante las cuales los partidos, agrupaciones y movimientos políticos escogen sus candidatos y candidatas”.
Sin embargo esta ley da por sentada la definición, origen, tipo, sujeción, amplitud y alcance de la encuesta que no se encuentra en la pieza normativa, que deja un vacío que desde el punto de vista legal y procesal constitucional hace inaplicable esta solución, amén de ello, el otro abordaje o tratamiento de las encuestas que aborda el sistema electoral lo brinda el artículo 201 párrafo II de la ley 15-2019 que en nada trata el tema de las encuestas internas de los partidos políticos.
Empero, a esta afirmación le saldría de frente el artículo 216 de la Constitución que dice que: “Partidos políticos. La organización de partidos, agrupaciones y movimientos políticos es libre, con sujeción a los principios establecidos en esta Constitución. Su conformación y funcionamiento deben sustentarse en el respeto a la democracia interna y a la transparencia, de conformidad con la ley”.
Recientemente el Magistrado Díaz Filpo, decano del derecho constitucional tribunalizado, abordaba la amplitud del ejercicio del derecho electoral y su fundamental fuente el derecho a elegir y ser elegido, y en su ponencia dejaba entrever la preocupación de dotar de más blindaje a la democracia interna de los partidos, lo que representa una preocupación constitucional también.
Habría que preguntarse qué ocurriría si algún miembro de partido, con derechos adquiridos con su sola membresía, en su interés de ser candidato y sabiéndose ganable, se opusiera a la fórmula de las encuestas para decidir su suerte electoral interna, habidas cuantas de que la experiencia nos muestra que la democracia, vista desde la óptica de los que se encuentran en la cima más alta de la cadena alimenticia partidaria, es aquella que favorezca a los bien vistos de la cúpula, la que crea sus propias reglas para filtrar y potabilizar a sus adláteres. ¿Qué pasaría si alguien dice, “que me cuenten mis votos”? Que es a lo que manda la Constitución y el derecho electoral y la más democrática costumbre universal.
El mundo se ha visto gobernado por una suerte de suprapoderes en lo económico y comercial, y también esas grandes corporaciones y mega empresas influyeron siempre en elecciones de forma tangencial e indirecta, apoyaron económicamente a quienes representarían sus intereses, pero el laboratorio y tendencia del voto y del derecho electoral que como anticipo practican los partidos políticos apunta a la posibilidad de que las decisiones futuras (elegir, con votos, el mayor componente de la democracia) podría ser declarado obsoleto, y posibilitar que los mismo se realice a cargo de unos pocos comensales, en un cuarto cerrado con aire acondicionado y champagne y caviar, degustando exquisiteces y eligiendo a su antojo gobernantes y dirigentes a expensas de sus electores y sus burladas y enterradas voluntades.