Los niveles de la victoria electoral proclamado por Nayib Bukele -85% de los votos y 58 de los 60 escaños del Congreso- rompe los esquemas del equilibrio en el ejercicio del poder, del contrapeso, una de las garantía indispensables en que se basa el sistema democrático, que aún quedaba en El Salvador.
Es lo que los estudiosos de la política mundial califican de ‘dictadura de la mayoría’. Una suerte de totalitarismo desde las urnas.
Montado sobre la ola de la demanda de una sociedad avasallada por la violencia de las denominadas ‘maras salvatrucha’, las cárceles se han llenado de hombres identificados como pandilleros, aunque no pocos han ido a parar a las prisiones por ‘perfiles’, en franca violación de los mínimos derechos, lo que Bukele pretende subsanar con el eufemismo de que cualquier arresto y/o prisión ‘equivocado’ es compensada con ‘es el precio de la lucha contra la violencia’. Una admisión descarada de un comportamiento dictatorial.
Ejemplos y consecuencias sobran. El chavismo se montó en las demandas de los pobres hacinados en los ‘cerros’ de Caracas, les dio luz, telefonía, cupones de comidas, asistencialismo social multimillonario, populismo que le ganó ‘adeptos’ en el camino de la dictadura que mantiene Nicolás Maduro. Lo propio hizo Daniel Ortega, quien con conflictos más profundos en Nicaragua, le siguió los pasos.
Violaciones de los derechos, persecución implacable, cárcel, deportaciones contra cualquiera que ose cuestionarlos u oponerse. Hoy esas naciones sufren la amarga consecuencia de la dictadura populista y totalitaria.
Un ejemplo de lo que puede ocurrir en cualquiera de nuestros países, donde se pretenda imponer la peligrosa y odiosa ‘dictadura de la mayoría’.
