Santo Domingo, República Dominicana, miércoles 6 de agosto, 2025

Sin paños tibios

El poder es un dios celoso e implacable que no tolera debilidades, uno que exige sacrificios como muestra de devoción y respeto. Quienes no son dignos de él, tarde o temprano son apartados de su lado.

En una dictadura, el poder se sostiene sobre un discurso justificativo/legitimador… y con terror; en una democracia, el fundamento reside en la credibilidad que tiene la ciudadanía en las reglas del sistema y en su capacidad para alcanzar y alternar el poder; aunque lo que le otorga legitimidad real es el convencimiento generalizado de que, bajo ese sistema, las necesidades primarias y básicas de la sociedad pueden ser satisfechas. En caso contrario comienza su erosión, y ya sabemos qué le sigue…

A más de tres años para el fin de su segundo mandato y la entrega del poder a su sucesor, el gobierno del presidente Abinader –o más que el gobierno, gran parte del equipo que le acompaña en su gestión– sufre el llamado “Síndrome del Segundo Período”; realidad de la que no escapan la mayoría de los gobiernos en todos los países, cuando agotan su segundo (y último) período.

Los síntomas del síndrome son conocidos y han sido ampliamente descritos: agotamiento de la figura presidencial, desgaste de la imagen, erosión de la popularidad, aumento de cuestionamientos públicos por las ejecutorias, pérdida de la iniciativa estratégica, ansiedad generalizada en los funcionarios ante la fecha cierta de su salida, relajación de controles y procesos internos, aumento (y exposición) de actos de corrupción e “indelicadezas”, etc.

Aunque los síntomas suelen aparecer a mitad del gobierno, o incluso más tarde, el anuncio del presidente –el mismo día en que ganó– de que no iría y que arbitraría el proceso interno de escogencia del candidato del partido, a la par que reafirmó su vocación democrática, aguó la fiesta de la victoria desde el momento mismo en que puso a todo el mundo a pensar que “al gobierno sólo le quedan cuatro años”.

El reloj corre y el tiempo se acaba. A nivel de generales y coroneles del partido –puertas adentro– hay decaimiento, depresión; domina un abatimiento moral que no se corresponde con el calendario, pero tampoco con los buenos indicadores; o con el bajo nivel de cohesión y fortaleza de los proyectos opositores (todavía). El derrotismo alimenta el derrotismo y la duda aumenta la autocomplacencia, la flojera, la displicencia, la discrecionalidad… el guabineo.

Salvo honrosas excepciones, parecería que, a todos los niveles, los funcionarios del gobierno creen que el 16 de agosto de 2028 será en dos semanas y no en 1,113 días. Si la política es una guerra, entonces, las elecciones son una batalla y los partidos son ejércitos; si la oficialidad está desmoralizada, ¡poco se puede esperar de la tropa!

Si el presidente no hace los cambios de lugar y manda los flojos a la retaguardia y a los que no se rajan al frente, aunque sea temprano, le cogerá lo tarde.

 

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