Aunque en la inmensa mayoría de hogares dominicanos hay al menos un monitor de televisión, que de hecho sirve para dar fe del vertiginoso avance de los medios electrónicos, yo sigo creyendo en el poder de la prensa escrita.
Pero de la prensa escrita que está por encima de los tan abundantes “copy paste” o “copiar pegar” que publican medios digitales y no digitales tal cual reciben como notas informativas, sin ni siquiera dedicarles un mínimo de tiempo para una corrección.
Lo tenebroso de esto es que, en muchísimas ocasiones, esas notas llegan plagadas de errores.
Para uno darse cuenta de los tantos errores gramaticales en publicaciones periodísticas, solo hay que leer en distintos medios una información que inicialmente haya sido despachada por una institución. Los lectores se darán cuenta que -si hay faltas- estarán presentes en todos.
No a toda persona que se dedique a escribir le encanta que le estén corrigiendo faltas. En el caso de los reporteros los hay que a regañadientes aceptan que cometen faltas de ortografía, y también puede ser que de sintaxis.
En esto, un problema que tiene su complejidad es que hay reporteros/as que son recurrentes en cometer faltas en sus escritos originales. No importa que el corrector/a les detecte determinadas fallas en los originales, porque al siguiente escrito repiten la misma falta, que también podrá ser en plural, dado la cantidad de errores.
Eso es un indicativo que ese reportero presta poca atención a sus redacciones originales, o que sencillamente se desentiende del asunto.
Es primordial que todo reportero tenga siempre presente las fallas que se le corrigen en sus originales, para de esta forma no volver a repetirlas. De lo contrario, se estará arando en el mar.
El asunto es que para un editor y/o corrector resulta muy desagradable tener que corregir faltas ortográficas reiterativas del mismo reportero o reportera. Luego de eso, es de suponer que deberá haber mejoría, sobre la marcha.
En las correcciones periodísticas hay una enorme diferencia entre lo que significa corregir en la pantalla de la computadora los originales que entregan los reporteros, o imprimir los textos originales y echar manos a un lapicero, máxime si es tinta roja.
Esto último tiene que ser mucho más ventajoso, tanto para los correctores como para los reporteros, que ven de primera mano lo que se eliminó o corrigió. En el monitor de computadora es mucho más complicado divisar lo corregido.
En mis inicios en el oficio de reportero, hace ya cuatro décadas, recibía con humildad las correcciones a mis originales de periodistas bien curtidos en el oficio como Manuel Quiterio Cedeño, Elsa Expósito, el cura Santiago Hirujo, Ramón Colombo, Luis Minier Montero; Dolores Cordero, de México, maestra de varias generaciones de periodistas y que estuvo en los inicios de El Nuevo Diario.
También, en el desaparecido diario La Noticia me corregían los depurados periodistas y escritores Aulio Ortiz, Víctor Méndez y José Rafael Vargas.
En Última Hora lo hacían Ruddy González, Manuel Quiroz, Juan Manuel García y Osvaldo Santana, a quienes considero maestros del periodismo. Mi agradecimiento será siempre eterno para todos ellos. Confieso que de mucho me sirvieron los “estrujones verbales” que recibí en esos procesos.
Cuando estuvieron en las redacciones, todos y todas eran “verdaderas navajas” en cuanto a detectar fallas en los originales. Por lo que se ve a simple vista, todo indica que en estos tiempos la práctica de las correcciones de originales se ha quedado bien atrás.