En el barrio capitaleño de San Carlos alrededor del parque Abreu, había varios centros educativos en los años 50 del siglo pasado, entre ellos, frente al parque, el Colegio Santo Niño de Atocha, el Colegio La Candelaria, administrado por monjas, la escuela Brasil, el Colegio Nuestra Señora de la Altagracia, dirigido por jóvenes católicas llamadas altagracianas consagradas a la enseñanza y al servicio social comprometidas con la doctrina social de la Iglesia, eran monjas que no llevaban el hábito. También el centro escolar de la Escuela Chile ha jugado un rol en la formación de nuevas generaciones .
Hubo una especie de consultas de tareas y cursos comerciales en la Emilio Prud Home, un Centro de Enseñanzas y tareas que dirigía el venerable Don Aliro Paulino (padre).
Todos estos centros educativos giraban alrededor del parque, calles próximas o alrededor a varias cuadras. Quiero decir que la Iglesia que todavía se alza como un símbolo de fe no era simplemente un lugar de oraciones. Su pequeña edificación se convirtió en montajes de juegos, competencias, modelos sociales y culturales a seguir, bajo el liderazgo impresionante de dos sacerdotes cuya labor de educación y cuidado espiritual llegó a todos los jóvenes y a los que entonces éramos niños, que nos habíamos bautizados y hubimos de hacer nuestra primera comunión en esa Iglesia bajo la fe de la Iglesia Católica, hablo del padre Miguel y el padre Justo.
El padre Miguel está enterrado dentro de la Iglesia a la entrada de la capilla, su deseo fue quedarse por siempre entre nosotros.
Aludo a este punto luminoso del entorno barrial de San Carlos, para tomarlo como referencia frente a la indigencia cultural y social que azota a muchos barrios capitalinos convertidos en ejemplos nocivos de superación y negación de valores éticos, así como centros escolares desprovistos de aquel tipo de despertar, de lucha por ideales que consustanciaron el ejercicio de la prédica educativa de formación y niveles superiores de conciencia. San Carlos fue uno de los barrios de la ciudad de Santo Domingo, cuya juventud levantó en alto la bandera nacional no permitiendo que el invasor extranjero en 1965, pisoteara sus calles.
Todo esto para valora el papel importante que desempeñan las Iglesias de diferentes credos en la preservación de valores esenciales de nuestra juventud. Se trata de la actitud ante la vida, del comportamiento solidario y del rechazo a cuantas prácticas degenerativas y procaces minan la salud mental de las nuevas generaciones. No se trata de validar errores o desviaciones propias de la insuficiencia moral, de la degradación y de la falta de conciencia social, sino de recuperar el sentido vital, aquello que engrandece el vivir, la recuperación absoluta del amor como ente de equilibrio de la conciencia fragmentada. Sujetos temporales, los seres humanos podemos crear las bases y condiciones, para que el equilibrio de los instintos y la normativa de la conciencia, puede solidificar nuestras conductas.
Insistir en valores, en la construcción de sentido, en hermosear el vivir sujeto a categorías sociales y fuerzas económicas que impulsen el crecimiento de la propia conciencia humana, realzar nuestro repudio a la violencia en cualquiera de sus dantescas formas de expresión, convertirnos en fuerza social de desarrollo y desechar el derrotero del pesimismo y la claudicación.