Aunque se ve lejos, la cita electoral del 2024 está a la vuelta de la esquina y este 2023 es crucial para su preparación hacia el éxito ineludible para fortalecimiento de nuestra democracia. Y aunque esto debiera ser lo lógico, lo normal, vemos nubarrones que mueven a preocupación:
Los legisladores, como entes principales de la actividad política partidista en el Estado, han vuelto sobre sus pasos evadiendo las reformas necesarias a las leyes de partido y del régimen electoral sugeridas por la Junta Central Electoral en procura de un instrumento legal fuerte, claro, directo que garantice las igualdades y evite interpretaciones odiosas. Los políticos no quieren controles y el instrumento para evitarlos es las cámaras legislativas;
El Gobierno, de nuevo, pone camisa de fuerza a la Junta con un presupuesto inexplicablemente menguado para el 2023, año del montaje, de la carpintería de los procesos de febrero y mayo, y/o quizás de junio, si hubiera segunda vuelta;
Los tres partidos principales del sistema siguen en franca ‘rebeldía’ a las observaciones de la Junta sobre los peligros y consecuencias de la campaña a destiempo. Este escenario, entonces, nos llena de preocupaciones aunque, y no tengo dudas, al final ‘saldremos a camino’, con soluciones ‘salomónicas’, ‘ajustadas a las circunstancias’, ‘para salvar el proceso’, a conveniencia de los políticos, no necesariamente lo justo, legal, lo correcto. Mientras dirigentes y partidos siguen sus desafíos y ‘amarres’, la Junta no debe desmayar en sus afanes, como lo ha hecho hasta hoy, por lograr montar unos comicios dignos, incuestionables y que representen el verdadero sentir de las mayorías.