La cosa está clara: hoy tenemos una ventaja que los periodistas de antes soñaban: la tecnología nos permite saber quién está del otro lado, quiénes leen nuestros artículos, escuchan nuestros podcasts o ven nuestros videos.
Tenemos un montón de datos que nos pintan un retrato bastante fiel de nuestra audiencia: qué les gusta, con qué frecuencia nos consumen y desde dónde.
Pero, y aquí está el gran pero, con todo ese arsenal de información, la mayoría de medios se ha quedado estancada.
Tenemos los datos, pero nos cuesta un mundo dar el siguiente paso: conversar de verdad con nuestra gente.
Es como si les diéramos un megáfono a nuestros lectores para que opinen, pero nosotros nos tapáramos los oídos. ¡Y no puede ser así!
Las secciones de comentarios y las redes sociales están que arden con debates sobre nuestras propias historias.
La audiencia ya está hablando, ¿no sería genial que nosotros también nos subiéramos a esa conversación? Si les preguntáramos y los escucháramos de verdad, tendríamos una mina de ideas para mejorar.
Como les dije la semana pasada, la audiencia ya no es pasiva. Quiere dialogar. Por eso insisto: demos la vuelta a los viejos patrones y abramos bien los oídos.
Ya sabemos qué contenidos buscan, a qué hora y desde dónde. Usemos eso como base para romper el hielo. La gente quiere saber cómo trabajamos, cómo investigamos, cómo contrastamos una noticia.
También buscan que les ayudemos a entender las cosas complejas que afectan a su día a día.
Al final, se trata de construir una sintonía. De que sientan que estamos en el mismo barco.
Porque informar, educar y entretener es nuestra misión, pero lo hacemos para ellos, para los que nos regalan su tiempo, su confianza y su fidelidad.
Hagamos que esa relación deje de ser fría y unilateral. Convirtámosla en una conversación. ¡Pero ya!