La cúpula dictatorial que se ha apoderado de Venezuela, aparentemente encabezada por el controvertido Nicolás Maduro, se ha caracterizado por las diatribas, atropellos, amenazas, insultos groseros, chantajes, todo un esquema de agresión contra los que no puede sentarse a discutir de ninguna situación o tema.
Primero han sido las andanadas de Diosdado Cabello, el matarife jefe del cartel del crimen, de la represión y de todo lo ilegal que se genera en Venezuela, hacia adentro y hacia afuera, quien ha sido comisionado, o se ha comisionado como el real todopoderoso, de dirigir los insultos que con sofismas desparrama el repudiado grupo de poder contra todos los que osan enfrentarlos.
Le ha seguido el jefe del cartel de los insultos, Nicolás Maduro, con todo el irrespeto y los desafueros que le caracteriza.
Y hoy el blanco favorito es Luis Abinader, la República Dominicana, por el gran pecado del presidente de apelar al respeto de la expresión popular de los venezolanos, ejercida en las urnas el 28 de julio, y pisoteada por la dictadura.
Maduro, y menos Cabello, tienen la categoría como políticos, ni como líderes, ni aún como rumiantes dictadorcillos que son, para pretender dictar pautas a un presidente demócrata, que ejerce en una democracia preñada de libertades y respeto a los derechos de una sociedad cuyas expresiones en las urnas son respetados.
Responder acusaciones de nación, claro que sí. Enredarse en chismesillos de comadres, claro que no. Porque no tienen estatura el Diosdado ni su jefe, del o su alter ego, Nicolás Maduro, para discutir, de tú a tú, con Luis Abinader o con ningún otro jefe de Estado del continente y del mundo que coinciden identificándolos como jefes mafiosos y criminales de los carteles, que como el de Los Soles, saquean y oprimen a Venezuela y a los venezolanos.