María del Carmen Ureña. Un nombre común, que lo encarnaba, hasta la noche del viernes último, una mujer llena de vida, trabajadora, alegre, con una coquetería inocente y agradable que le caracterizaba, madre, compañera de labores de un grupo de fajadoras mujeres de la lucha honesta y decente, del día a día por abrirse paso en este país.
Luego de una jornada de trabajo de doce horas, María se encontró cara a cara, a metros de su casa, con un delincuente que pistola en mano trataba de arrebatarle la cartera donde llevaba un celular y unos pesos de las propinas ganadas ese día como manicurista. La resistencia por reacción natural a ser despojada violentamente de lo suyo, motivó al asesino a propinarle un balazo en la cabeza, a quemarropa, que terminó de un tirón, en un brutal y bárbaro segundo, con la vida de esta mujer.
María engrosa hoy las engañosas estadísticas con que las autoridades insisten en hacernos creer que la delincuencia violenta y asesina que nos azota –y que pretenden esconder- está ‘bajo control’ y disminuyendo. Una violencia callejera criminal que vemos a diario en los noticiarios de televisión, en videos que no dejan dudas, en relatos a borbotones en las reuniones de amigos, en salones de belleza, en sillones de barbería, en el seno de las familias.